Comunicar para incluir. Cuando la inclusión empieza por las palabras.
Por Eva Blanco, consultora de Comunicación Interna y socia de DIRCI
Durante este año he tenido la oportunidad de impartir varias formaciones sobre Cultura Inclusiva y Liderazgo Inclusivo como consultora de comunicación interna especializada en diversidad de género e inclusión. Estas sesiones abordan temas fundamentales como la importancia de crear espacios de seguridad psicológica, esenciales para lograr una inclusión real de la diversidad que muchas empresas buscan —y que, sin duda, necesitan. También tratamos cuestiones como los sesgos inconscientes que todas las personas tenemos, cómo identificarlos para evitar que invisibilicen talento, o la importancia de practicar la empatía como una herramienta clave para liderar y convivir en entornos diversos.
De todos los capítulos de la formación, hay uno que siempre provoca reacciones diversas: el Lenguaje Inclusivo. Es un tema que suele generar bufidos, caras raras y, en algunos casos, cierta polémica. Sin embargo, es innegable que no podemos hablar de diversidad e inclusión sin tocar este punto. Mi reto es claro: lograr que el público conecte, entienda su importancia y su impacto, y superar esa resistencia inicial.
Rompiendo prejuicios sobre el Lenguaje Inclusivo
Lo primero que hago al abordar este tema es desmentir las ideas preconcebidas. Siempre pregunto: “¿Qué entienden por lenguaje inclusivo?” Las respuestas suelen variar, pero la mayoría terminan en algo como: “Es inventarse un lenguaje para que las mujeres no se sientan discriminadas”.
Ahí es cuando intervengo para aclarar: el lenguaje inclusivo no se trata de inventar nada, sino de usar una forma de comunicación que visibilice y respete a todas las personas, sin importar su género, orientación sexual, etnia, diversidad funcional u otras características personales que históricamente han sido excluidas.
El impacto del Lenguaje Inclusivo
Para que esto quede claro, en las formaciones comparto con ellos las razones por las que es importante adoptar un lenguaje inclusivo. No solo porque refuerza valores como la inclusión y el respeto, sino porque tiene un impacto real en aspectos clave como:
Construir confianza y pertenencia: Al utilizar un lenguaje que visibiliza a todas las personas, fomentamos un entorno donde todos se sienten parte.
Reducir prejuicios y estereotipos: Evitar expresiones discriminatorias ayuda a prevenir sesgos inconscientes que podrían perpetuar la exclusión.
Proyectar una imagen moderna y comprometida: Una organización que apuesta por el lenguaje inclusivo refuerza su reputación como empleador y como marca.
Facilitar una comunicación efectiva: Mejora la precisión y la claridad de los mensajes, asegurando que realmente lleguen a todas las personas a las que queremos alcanzar.
Siempre ilustro este impacto con un ejemplo práctico. En una etapa previa de mi carrera, trabajando en una gran corporación, el equipo de contratación me pidió ayuda porque no recibían currículums de mujeres para posiciones específicas en I+D. Al revisar las descripciones de los puestos, noté que buscaban "ingenieros" para un área tecnológica puntera, con un énfasis técnico que podía no resonar con ciertos perfiles. Cambiamos el texto a: "Buscamos profesionales de ingeniería para desarrollar una tecnología que cambiará la vida de las personas". Sin inventar nada, simplemente usando un lenguaje más inclusivo y atractivo, comenzaron a llegar currículums de mujeres.
Cómo aplicar el Lenguaje Inclusivo sin complicaciones
Cuando el grupo comprende el impacto y el valor del lenguaje inclusivo, comparto algunos consejos prácticos para implementarlo:
Usar genéricos siempre que sea posible: Hablar de "equipo directivo" en lugar de "directores" o "pareja" en lugar de "marido/mujer" son cambios sencillos pero efectivos.
Alternar géneros cuando sea necesario: En textos escritos, utilizar “ellos/ellas” para incluir a todas las personas.
Considerar alternativas inclusivas: En ciertas ocasiones, el uso de la “X” (como en “todxs”) o el “todes” puede ser una solución válida, especialmente en comunicaciones informales o dirigidas a públicos más jóvenes.
El lenguaje inclusivo no tiene que ser complicado ni forzado. Se trata de buscar maneras que sean naturales y accesibles, evitando la farragosidad, pero marcando una diferencia en cómo nos expresamos y conectamos con los demás.
El lenguaje que utilizamos define cómo percibimos el mundo y, a su vez, cómo nos perciben los demás. Adoptar un lenguaje inclusivo no es una moda pasajera ni un capricho; es una herramienta poderosa para construir entornos más equitativos, respetuosos y abiertos. Como profesionales de la comunicación interna, tenemos la responsabilidad —y la oportunidad— de liderar este cambio desde el corazón de nuestras organizaciones, porque la inclusión empieza por las palabras, pero no termina en ellas.